La propia Organización Mundial de la Salud recomienda un tratamiento
analgésico escalonado. Es decir, para dolores leves lo adecuado serían los
fármacos como el paracetamol, para los moderados, se pasaría a los opiáceos
débiles -codeína o tramadol-, dejando el uso de sustancias como la morfina, la
metadona o el fentanilo -opiáceos fuertes- para los casos de dolor intenso. Es
decir, para determinados casos aconseja recurrir a determinadas drogas, lo que
inevitablemente alimenta la polémica: ¿qué sustancias se pueden usar? ¿por qué
derivados del opio sí y del cannabis, que es la droga ilegal más consumida y
una de las menos peligrosas, no?
La planta, la cannabis sativa, ha sido cultivada por el hombre desde el
Neolítico y desde siempre ha sido empleada para extraer fibras para la
manufactura de tejidos y sogas, e, incluso, como alimento para pequeños
animales domésticos. Su facultad para alterar la función normal del cerebro
(debida a la presencia del principio activo THC, o delta-9-tetrahidrocanabinol)
hizo que su uso también se hiciera recurrente en ceremonias religiosas,
celebraciones sociales y tratamientos médicos. Quienes la incorporaron a la
farmacopea occidental -en la oriental es imposible fechar sus primeras
aplicaciones- fueron lo romanos. Dioscórides prescribió las preparaciones de la
planta como analgésico y como freno al deseo sexual, a lo que Galeno -cien años
más tarde- añadió que el abuso producía esterilidad.
Independientemente de la controversia entre investigadores, el cannabis
goza de cierta tolerancia social y su consumo constituye casi una forma de
entender la vida. Esto es, se asocia con jóvenes y maduros progresistas, de
claras tendencias izquierdistas, defensores de la paz y de cuantas
reivindicaciones contribuyan a un mundo mejor. Un retrato robot no por
estereotipado incierto y que encaja con el adulto activo participante -o
simpatizante- del Mayo del 68 o el joven objetor de conciencia. Hoy, con
prohibición de por medio, la comunidad científica sigue sin ponerse de acuerdo
sobre los efectos terapéuticos de la que es, tras el alcohol y el tabaco, la
droga más consumida. Según el Plan Nacional sobre Drogas, en España, casi un
20% de la población entre 15 y 65 años la ha probado alguna vez y entre un 4 y
un 5% la utiliza habitualmente.
Desde su ilegalización, los argumentos a favor o en contra de su uso -ya
sea terapéutico o lúdico- han estado siempre condicionados por prejuicios o
intereses. El ejemplo más clarificador se dio hace tan sólo cinco años cuando
la Organización Mundial de la Salud hizo públicos datos extraídos de un estudio
que revelaban que la droga tenía efectos sobre el desarrollo cognitivo y la
capacidad psicomotora de sus usuarios. Meses después, la revista inglesa New
Scientist se hizo con el informe original y desveló que la OMS había suprimido
de su declaración toda mención a las comparaciones entre la marihuana y el
alcohol y el tabaco. En ellas se concluía que el daño general a la salud
ocasionado por el consumo de la primera era inferior al generado por el uso de
cualquiera de las otras dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario